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jueves, 19 de mayo de 2016

Un cuento campirano: Don Eleuterio, su burro, y una tecolota

En México, aún tenemos un gran número de seres humanos viviendo en el medio rural; y en el campo, la convivencia entre humanos y animales y entre los animales mismos, es estrecha.

La convivencia entre estos seres me permite idear historias cortas cuando viajo al campo.

Así comenzó la historia que cuenta Don Eleuterio, un viejecito que vive en una cabaña, a la orilla de un bosque, y la historia es acerca del mismísimo Don Eleuterio, un burro y una tecolota.

Esta es la casita de Don Eleuterio

Él se dedicaba a la colecta de leña, y a la elaboración de carbón que vendía los domingos en el mercado del pueblo.

Pero vivía solo, su único compañante era su burro Pancho, que le ayudaba a acarrear agua del arroyo, y la leña o el carbón que debía bajar del bosque.

¡Y claro¡ Don Eleuterio mantenía a Pancho bien alimentado y bien consentido, pues le daba de comer lo que mas le gustaba al burrito, los quelites.

Este es Pancho, el único acompañante de Don Eleuterio (foto de Heike Vibrans)



Además de que trabajaban semana inglesa, y descansaban sábado y domingo.

Un día, se les hizo de noche, y el Pancho no quería bajar de la loma porque estaba muy asustado, y el pobre de Don Eleuterio ya no sabía como convencerlo de que bajaran para irse a descansar.

 Le hablaba y le explicaba una y otra vez que debían bajar, cuando de repente:
¡El Pancho que le contesta¡

"Pues no bajo y no bajo." Y el pobre Don Ele (así le llamaremos de aquí en adelante) se quedó perplejo, ¡Pues no sabía que él entendía el lenguaje burro¡

Y que sigue hablando el mentado Pancho y dijo:

"Y a tí, Don Ele, es al que menos le conviene que bajemos ahora"

"Y porque dices eso, no ves que ya es re tarde y nos pueden salir las brujas"

"Pues prefiero encontrar a las brujas que al tecolote. No ves que si el tecolote canta, el indio muere"

En eso estaban, cuando van escuchando un sonido:¡Huu Huu Huu Huu¡ que venía de lo alto de un árbol, y que grita el burro Pancho - digo rebuzna:

"Ya sácate de aquí tecolote, no anuncies la partida de don Ele, que aún tiene muchos años por vivir"

A lo que el tecolote, que era hembra, y se llamaba Adela, le reponde:

"Pero si no vengo por Don Ele, vengo por tí, porque como estás tan consentido, ya pareces humano."

Entonces que sale don Ele en defensa de su burro y dice: "Ay no tecolotita, no ves que si te llevas a mi burro, no tendré quien me acompañe y me ayude en mis labores"

Además, recordemos que el burro Pancho era su único acompañante, pues don Ele ya era viudo, y sus hijos y nietos casi ni lo visitaban. Y como la tecolota Adela estaba enterada de todo, de inmediato supo que Don Ele, en efecto, solo tenía a su burro.

Y decidió irse lejos, no sin antes pasar al Mictlan, a avisar a los Dioses, que no había encontrado al burro Pancho, ni a don Ele, y que mejor lo dejaba para otra ocasión.

 Y así vivieron muchos años más, Don Ele, y Pancho, su burro. Y la tecolota Adela, que de vez en cuando los visitaba, les recordaba:

Que un día se les acabaría el tiempo en la tierra, y que cuando ese día llegase, debían estar preparados y contentos porque la vida en el cielo es mas divertida y descansada.

lunes, 8 de febrero de 2016

Un cuento: El colibrí y la flor de ayocote


El colibrí y flores de ayocote
  
Érase una vez hace miles de años, antes de que el ser humano mesoamericano inventara las ollas de cerámica, vivía una niña cuya madre se dedicaba a la recolección de frutos y su padre a la caza de animalitos para comer.

Era una familia pequeña que también se alimentaba de peces de los lagos,
pero sobre todo de aquellas plantas tiernas o quelites que iban encontrando en los valles y montañas que les rodeaban.

Una vez, la niña oyó a lo lejos un agradable sonido parecido al del grillo, pero al volver su mirada al lugar donde provenía dicho sonido, vio con asombro un hermoso y pequeño pajarito de colores brillantes que volaba aleteando su alitas con mucha fuerza y rapidez
¡pero que no se movía de su lugar¡
estaba metiendo su piquito largo y delgado en una delicada flor de color rosado.

La pequeña, que apenas medía medio metro se quedó quietecita admirando dicho pájaro y éste al darse cuenta le preguntó sin dejar de mover sus alitas
 ¿A ti también te gusta el néctar de las flores?
  No que va, ¡si yo ni se que es eso¡

A continuación el colibrí (que era como se llamaba al pajarito)
le explicó que el néctar era una sustancia dulce que podría encontrar en todas las flores,

pero sobre todo en aquellas de color rosado, rojo, o blanco.

Ella quiso probar el néctar, pero pronto se dio cuenta que no podía porque no tenía un delicado piquito, sino que en lugar de eso,
¡tenía dientes¡
Uy que difícil sería sacarle a la flor su dulce néctar con los dientes.

Entonces mejor se pusieron a jugar y comenzaron a corretear por los valles y montañas,
ella comiendo flores y él el néctar de las mismas,
y así pasaron días, y días, hasta que se dieron cuenta que había pasado un año, dos, tres.

Lo más curioso es que como nunca se les acababan las flores decidieron investigar porqué
y cuál no sería su sorpresa al notar que en los lugares por donde iban pasando,
ya no solo había flores, sino también, pero ahora en el suelo, unas hermosas semillas de muchos colores,

había moradas, violetas, lilas, negras, blancas, amarillas, rosadas, y no solo había semillas de un solo color, sino que también las había de dos y hasta tres colores, unas con motitas, o rayitas, o pintitas como si les hubiese caído una lluvia de pintura de colores.


Semillas de colores


Como ella ya estaba muy sorprendida el colibrí le dijo:

–En realidad soy uno de los encargados de enseñar al humano cómo comer mejor.
–Me han enviado desde el miktlan (cielo de las almas mesoamericanas)

Vine a dispersar esta planta con delicadas flores llamada “ayecotli” en sitios con diferente altitud y temperatura para que crezca y se desarrolle,

y así el futuro ser humano de Mesoamérica ya no solo coma frutos recolectados de los árboles,

sino también que aprenda a comer las semillas surgidas del fruto que dan estas flores una vez que yo distribuyo su “esencia” entre el mayor número de flores posibles,

¡creando una amplia diversidad¡

De pronto, la ahora no tan niña probó las semillas multicolores y como no le gustaron, empezó a jugar con tierra y agua de la orilla del río hasta que formó un cuenco,

Lo coció en una hoguera para después cocer allí con un poco de agua los primeros frijoles ayocotes que se consumieron en las tierras altas de Mesoamérica.

Ma. Luisa Patricia Vargas Vázquez
Estudiante del Postgrado en Botánica del Colegio de Postgraduados